El ańo de mis noventa ańos quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueńa de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca sucumbí a ésa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo, decía, con una sonrisa maligna, ya lo verás.